5/30/2025

Lucía y el rescate del Gran ciervo Mágico

 



En el corazón del Bosque Mágico, donde los árboles eran tan antiguos como las montañas y los ríos cantaban melodías eternas, vivía Lucía, la reina de los animales. No llevaba corona de oro, sino una diadema de hojas y flores que cambiaba con las estaciones. Su reinado no se basaba en la fuerza, sino en la comprensión y el amor por cada criatura, desde la más pequeña mariquita hasta el imponente oso. Hablaba el lenguaje de los vientos, d ellas aves y de las bestias, y su presencia aportaba armonía a todo el reino animal.

Pero un día, esa armonía se quebró. Un escalofrío recorrió el bosque, no de invierno, sino de terror. El Gran ciervo Mágico, una criatura de leyenda con cornamenta que brillaba con la luz de mil estrellas y cuyo espíritu mantenía el equilibrio del bosque, había desaparecido. Los murmullos de los pájaros y los aullidos de los lobos confirmaron el pero de los miedos: había sido capturado por los trolls de la Cueva de Piedra. Estas criaturas, gruñonas y amantes de la oscuridad, habían anhelado el poder del ciervo durante siglos, buscando corromper la magia del bosque para sus propios fines.

Lucía sintió el dolor del bosque en su propio corazón. Sin el Gran ciervo Mágico, la vida misma comenzaría a marchitarse. Sabía que la misión era peligrosa, pero no dudó ni un instante. Reunió a sus consejeros más sabios: Silas, el viejo búho, cuyo conocimiento de las sendas ocultas era incomparable; Río, el ágil lince, con ojos que veían en la noche más profunda; y Brillo, una pequeña luciérnaga, cuya luz, aunque tenue, podía guiar en las más completa oscuridad.

Juntos, emprendieron la aventura. El viaje hacia la Cueva de Piedra era traicionero. Tuvieron que cruzar el Pantano de las Almas Perdida, donde las voces de los perdidos intentaban desviar a los viajeros, pero Lucía, con su voz clara y tranquilizadora, disipó las voces con canciones de esperanza.

Ascendieron por los Picos Quebrados, donde las rocas parecían cobrar vida, pero Silas conocía los pasadizos seguros que los llevaron a salvo. Río les advirtió de las trampas ocultas de los trolls y Brillo iluminó el camino a través de los túneles subterráneos más oscuros.

Finalmente, llegaron a la entrada de la Cueva de Piedra, una boca ominosa en la ladera de una montaña. El aire se volvió pesado y un hedor a moho y piedra mojada llenó sus narices. Dentro, el sonido de los gruñidos de los trolls resonaba. Los trolls habían encadenado al Gran Ciervo Mágico en el centro de su cavernosa guarida, intentando drenar su energía con un extraño ritual oscuro. El ciervo, aunque debilitado, aún brillaba con luz tenue, resistiéndose a la oscuridad.

Lucía sabía que no podían enfrentarse a los trolls en combate directo. Eran fuertes y numerosos. Necesitarían astucia. Mientras Silas y Río creaban una distracción en un extremo de la cueva, haciendo caer rocas y provocando estruendo, Lucía, guiada por el pequeño Brillo, se deslizó silenciosamente hacia el Gran Ciervo Mágico.

Con manos temblorosas pero decididas, Lucía comenzó a recitar un antiguo encantamiento, un arrullo que solo ella conocía, un eco de la magia del bosque. No era una magia de fuerza, sino de conexión y sanación. La cadenas de piedra que ataban al ciervo comenzaron a resquebrajarse y la luz del ciervo, al sentir la presencia de Lucía y el llamado del bosque, se intensificó. Los trolls, distraídos por el caos que Silas y Río habían causado, no se dieron cuenta de lo que sucedía hasta que fue demasiado tarde.

Con un último y poderoso destello, El Gran Ciervo Mágico rompió sus ataduras. Su luz inundó la cueva, cegando a los trolls y llenándolos de pánico. El ciervo, aunque débil, pudo ponerse de pie. Lucía lo abrazó, infundiéndole su propia energía y amor.

La huida fue tan rápida como la llegada. Los trolls desorientados, no pudieron detenerlos. El Gran ciervo Mágico, Lucía, Silas, Río y Brillo salieron d ella cueva, dejando atrás la oscuridad y el caos.

El regreso al bosque fue una celebración. Con el Gran Ciervo Mágico de vuelta, la vida regresó con renovado vigor. Las flores florecieron con más brillantez, los ríos cantaron con más alegría y los animales danzaron de felicidad. Lucía, la reina de los animales, había demostrado una vez más que la verdadera fuerza reside no en la conquista, sino en el cuidado, el coraje y la inquebrantable conexión con la naturaleza. Y el bosque, ahora más que nunca, sabía que su reina siempre estaría allí para protegerlo.



Escrito por Manuel Muñoz Pedregosa

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