El aire en la vieja casa de la abuela olía a polvo y a secretos olvidados. Daniel el mayor, siempre había sentido una punzada de inquietud cada veza que cruzaban el umbral, pero Aitor, el mediano, y Victoria, la pequeña lo encontraban emocionante. Esa tarde, la abuela no estaba; solo una nota polvorienta sobre la mesa de la cocina decía: "Volveré al anochecer. No subáis al ático".
Daniel, con sus 16 años, se encogió de hombros. Aitor de 12, ya estaba explorando el salón lleno de muebles oscuros y sombras danzarinas. Victoria, con sus 8 años y su curiosidad insaciable, tiró de la manga de Daniel.
"¿Qué habrá en el ático Dani?"
Daniel intentó sonar despreocupado. "Cosas viejas, trastos... nada interesante." Pero la advertencia de la abuela le había dejado un mal presentimiento.
Aitor apareció con una vieja llave oxidada. "¡Mirad lo que encontré! Creo que es de la puerta del ático." Sus ojos brillaban con travesura.
Daniel dudó. Sabía que no debían, pero la insistencia de su hermano y de su prima era difícil de ignorar. Además, una parte de él, la misma que sentía esa punzada en el pecho, también sentía una extraña atracción hacia lo prohibido.
La escalera del ático crujía bajo sus pies. Cada escalón parecía quejarse de su peso, sumando tensión al silencio. Al llegar al rellano, la puerta era pequeña y oscura, con la cerradura donde la llave de Aitor encajó perfectamente con un clic escalofriante.
Al abrirla, un olor denso y húmedo los golpeó. El único rayo de luz que entraba por una pequeña ventana empañada apenas iluminaba el espacio. Telarañas colgaban como sudarios, cubriendo muebles cubiertos con sábanas blancas fantasmagóricas.
"Qué miedo..." susurró Victoria, agarrándose a la mano de Daniel.
Aitor, más valiente de lo que quizás se sentía, se adentró un poco más. "Solo son cosas viejas", dijo, aunque su voz temblaba ligeramente.
De repente, un ruido. Un rasguño agudo que vino de una esquina oscura. Los tres se quedaron paralizados, conteniendo la respiración. El silencio volvió a caer, pesado y opresivo.
"Será un ratón" , intentó tranquilizar Daniel, aunque él mismo no estaba convencido.
Aitor se movió lentamente hacia la esquina. Apartó una sábana y dejó escapar un grito ahogado. Daniel y Victoria se acercaron corriendo.
Lo que vieron los heló hasta la médula. No era un ratón. Era una muñeca antigua, de porcelana, sentada en una mecedora. su vestido estaba raído y sucio, pero sus ojos de cristal parecían mirarlos fijamente, con una expresión de tristeza profunda y... algo más. Algo inquietante.
"Da mal rollo", murmuró Victoria, apretándose contra Daniel.
Justo en ese momento la muñeca comenzó a mecerse lentamente. No había viento. La única seguía entrando estática por la ventana. La mecedora chirriaba con un ritmo pausado y constante, como un latido espectral.
El terror los inmovilizó por un instante. Luego, la muñeca giró suavemente su cabeza hacia ellos. sus ojos parecieron enfocarse, y una sonrisa tenue y perturbadora se dibujó en sus labios de porcelana agrietada.
Un grito silencioso se formó en la garganta de Daniel. Tomó a su hermano y su prima de la mano y tiró de ellos hacia la puerta. Tropezaron escaleras abajo, el sonido de la mecedora y el chirrido de la muñeca resonando en sus oídos.
Salieron de la casa, jadeando, con el sol de la tarde pareciendo demasiado brillante, demasiado real para el horror que acababan de presenciar.
La abuela llegó al anochecer, sin mencionar el ático. Los tres niños no dijeron nada. Sabían que habían visto algo que no debían, algo que la vieja casa guardaba celosamente entre sus sombras. Y aunque intentaron olvidarlo, la imagen de los ojos de cristal y la sonrisa escalofriante de la muñeca se quedó grabada en sus mentes, recordándoles que jamás debían subir al misterioso ático.
Pasaron los días y ninguno de los 3 niños lograban quitarse de la cabeza aquella tétrica imagen.
Cada vez que iban a casa de la abuela, escuchaban pequeños pasos en el ático. Y una escalofriante risa de niña y una voz que decía casi en susurro...
"Daniel, Aitor, Victoria, ahora y por siempre os perseguiré de por vida".
By: Manuel Muñoz
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