1/20/2019

El Niño Mártir de Puente Genil

A mediados de la primera mitad del siglo XVIII, la localidad de Puente Genil fue testigo excepcional de un dramático suceso que terminó con el fatal desenlace de la muerte de un niño pequeño en circunstancias ciertamente extrañas. Tal vez los hechos que incidieron en el caso se han ido desdibujando en la memoria por los muchos años transcurridos, pero, curiosamente, todo lo que de portentoso rodeó a este trágico acontecimiento se recuerda todavía, en forma de leyenda, entre las gentes del lugar.
En las líneas que siguen intentaré referir los detalles que concurrieron en esta desgraciada historia de la manera más objetiva posible, procurando evitar cualquier valoración subjetiva sobre el carácter sobrenatural con que en su momento fue tratada la cuestión; se procurará soslayar, asimismo, todo juicio sobre la adecuación de las actuaciones que, por parte de las autoridades sociales y religiosas, se llevaron a cabo una vez se tuvo noticias aproximadas de lo que pudo haber sucedido.
Como queda dicho, el episodio tuvo lugar en la antigua Villa de Don Gonzalo, la actual Puente Genil, en la provincia andaluza de Córdoba, durante los últimos días del mes de Diciembre de 1731. El niño, que alcanzó desde el primer momento la consideración de mártir, se llamaba Alonso Ruperto de los Ríos y Sánchez, era hijo de Diego y Ana, un matrimonio de campesinos de esta tierra, y había nacido el 27 de Marzo de 1728. Tres años más tarde, exactamente el 27 de Diciembre, faltó inexplicablemente de su hogar y, a pesar del dispositivo de búsqueda que se llevó a cabo durante días enteros, rastreando los lugares donde se suponía que el pequeño podría haberse extraviado, no se halló respuesta alguna capaz de dar una explicación convincente de su extraña desaparición.
La atmósfera de preocupación alcanzó tal grado entre familiares y vecinos que acabó desbordando la fantasía popular. Hubo gente que afirmó haber visto, por las inmediaciones de aquel paraje, a un hombre embozado en una capa y de aspecto frailesco en compañía de un niño de parecida edad, con dirección a la fuente de Vado-Castro, pero nadie supo dar con rastro del mismo ni aportar otros detalles conducentes a su localización. Todos los esfuerzos resultaron infructuosos.
Sin embargo, lo más extraño de este asunto iba a suceder unos días más tarde. El 3 de Enero de 1732, unos ganaderos que pastoreaban sus animales por la sierra de Cabeza Mesada encontraron en una vereda el cuerpo de un pequeño que respondía a la descripción del niño desaparecido. Una primera valoración pericial del cuerpo lo identificó como el de Alonso Ruperto, y es estado en que se encontraba el cadáver parecía determinar, con un alto grado de probabilidad, que llevaba muerto hacía ya varios días.
El hallazgo conmovió a toda la población. El cuerpo presentaba relevantes muestras de haber sufrido terribles puntazos en el pecho, manos y pies, lo que, por similitud con las heridas de Cristo en la cruz, indujo a pensar que había padecido martirio. Por otra parte, desde aquel momento empezaron a mostrarse evidentes señales de prodigio en él. Sorprendentemente, a pesar de haber permanecido varios días expuesto a la intemperie y a la acción depredadora de las alimañas, no había entrado en la fase de putrefacción propia de los cadáveres ni presentaba desgarro alguno en sus carnes. Lo extraordinario del hecho no paraba aquí. Depositado en la casa de su abuelo, Diego de los Ríos León, el cadáver del pequeño continuaba inexplicablemente sin dar señales de corrupción; incluso se observaron muestras de que aún manaba sangre fresca de las incisiones practicadas en su cuerpo.
Los fenómenos referidos fueron razón más que suficiente para que se crease un halo de misterio en torno al luctuoso suceso. La población pasó por momentos de angustiosa incertidumbre al no saber reaccionar ante tales acontecimientos. Por fin, pasados unos días, se impuso la convicción de que algo sobrenatural se había operado en aquella muerte, lo cual motivó la conveniencia de depositar el cuerpo en un arca, que fue sellada con tres llaves, y trasladar el lecho mortuorio a la iglesia de la Purificación, adonde, el 6 de Enero, fue llevado en solemne procesión presidida por todas las autoridades y seguida de la totalidad de la población. Justamente en ese lugar se encuentra todavía su cuerpo momificado.
Es de destacar el interés que mostraron los marqueses de Priego de Córdoba en dar a conocer la singularidad de lo sucedido a las autoridades civiles y eclesiásticas a fin de instruir el oportuno expediente para la averiguación de lo sucedido, y, de confirmarse lo que parecía una evidencia, informar de tan sorprendente acontecimiento a la Santa Sede y pedir a Su Santidad el Papa la canonización del niño Alonso Ruperto.
El citado informe se amplió unos años después con algunos hechos milagrosos más que acontecieron durante ese tiempo y que fueron atribuidos por el fervor popular a la intercesión del niño mártir, al tiempo que lo extraordinario del caso iba divulgándose por estas tierra y comarcas vecinas.
Y esta tradición, veamos o no en ella un fundamento real, pervive todavía entre los habitantes de la Villa, de la misma forma misteriosa con la que empezó hace ya casi 2 siglos.

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