1/23/2015

La leyenda del Caimán de la Fuensanta (Córdoba)

Había dos amigos en Córdoba que solían salir juntos al campo, para cazar unas veces y para pescar en el Guadalquivir otras, casi siempre a un paraje cercano al Santuario de la Fuensanta. Uno de los amigos era cojo, y el otro era el cazador.
Un día Simón que era el cojo, se puso al mismo borde de la corriente y echo el anzuelo, de pronto oyó un lamento como de un niño, se levantó para ver de donde venía, pero no veía nada. Se fijó mejor y vio en medio del río y enganchado a su sedal un enorme pez que venía hacia él, nadaba despacito se le veían los ojos saltones y los fijaba en los suyos sin parpadear. Fue tan grande su miedo que solo tuvo tiempo de recular sobre sus tullidas piernas y tratar de defenderse con la muleta. Ya estaba muy cerca el horrible animal, cuando Simón pudo gritar y llamar a su amigo. Este llegó al momento hasta donde estaba el pobre cojo acosado y no se podía creer lo que estaba viendo... Un enorme lagarto que se acercaba a Simón, amenazador y con la clara intención de comérselo. Sin pensárselo mucho, el amigo cazador disparó dos tiros en la cabeza al caimán y murió en el acto.
Antes, Simón se había tenido que defender con la muleta, de manera que cuando dispararon al animal, ya tenía desencajada la enorme boca, y aprisionada entre los dientes la muleta rota. Así con la boca abierta fue capturado y muerto, y así permanece colgado en la pared del Santuario.

OTRA LEYENDA QUE SE CUENTA DEL CAIMÁN
Sucedió una tarde de verano cuando unos niños fueron a bañarse al río. Allí nadaban y reían todos menos uno, que era muy pequeño y se quedó en la orilla, muy cerca del agua. De pronto los niños salen huyendo todos del agua porque un monstruo se les echa encima, todos menos el pequeño al que no les da tiempo de salvar. El inmenso lagarto se tragó al indefenso niño. Los demás lo miraban petrificados por el miedo. Mientras, el lagarto permanecía aletargado en la orilla del río.
Uno de los niños salió corriendo en busca de su tío que era panadero, este al enterarse cogió una hogaza de pan que terminaba de sacar del horno y corrió hacia el río, cuando llegó, el caimán abrió la boca para atacarle a él también, y entonces le tiró entre las fauces el pan, y allí se clavaron los inmensos dientes del monstruo, y como no podía cerrar el hocico, el panadero le encajó también entre sus mandíbulas un palo grande y fuerte, mientras rezaba:
"Virgen de la Fuensanta, ayúdanos a recuperar a Andresin"
Y como si esto les diera fuerzas a todas las personas que se habían reunido allí, entre todos atacaron al caimán con gran coraje y le dieron caza y muerte.
Allí mismo el panadero y sus ayudantes le dieron la vuelta al caimán y con un gran cuchillo abrieron su barriga y sacaron al pequeño Andresin muy asustado pero vivo, y la piel del caimán ya limpia la llevaron como exvoto al Santuario de la Fuensanta, donde sigue hasta hoy.

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