10/18/2022

Dos historias y leyendas inquietantes

 Se acerca el Día de los Difuntos, o Día de Todos los Santos, y con él ese momento en el que, según la tradición, este mundo y el más allá entran en contacto, aunque sólo sea brevemente. La del 31 de octubre es una noche para pasar miedo, el momento ideal para juntarse con los amigos, apagar la luz y contar historias espeluznantes. A nosotros también nos encanta esta noche de brujas, de fantasmas y de apariciones, pero sabemos que no siempre es fácil acordarse de un buen cuento de terror. Por eso hemos echado mano de nuestro catálogo de historias y leyendas para traerte una recopilación de las narraciones más inquietantes, fantasmagóricas y acongojantes que pululan por toda España. 


EL HOMBRE PEZ DE LIÉRGANES

Hacia a tercera década del siglo XVIII el brillante sabio que fue el Padre Feijoo describió la historia del hombre pez de Liérganes; suceso del que había tenido conocimiento a través de varios conocidos suyos a los que atribuyó gran credibilidad. Lo cierto es que -tal y como el mismo reconoció- la historia de el hombre pez de Liérganes tiene un cariz fantástico que contradice el escepticismo y racionalismo del que siempre hizo gala este intelectual ilustrado. En contra de escritos anteriores, en esta ocasión Feijoo dedicó grandes esfuerzos para defender la veracidad del asunto que le habían relatado, dando por posible que pudiera haber seres de naturaleza mixta humana y anfibia que se hubieran adaptado completamente al medio marino.

El relato de Feijoo llamaría 2 siglos después la atención del doctor Gregorio Marañón, que ofreció una explicación más científica del relato de Feijoo.

Feijoo escribió que en la aldea de Liérganes -situada tierra adentro, no muy lejos de la ciudad de Santander- vivía la humilde familia formada por Francisco de la Vega, María del Casar y sus 4 hijos. Al fallecer el marido y quedar la viuda al cargo de estos, consiguió colocar al segundo de ellos -llamado también Francisco- como aprendiz de carpintero en la ciudad de Bilbao. Según le contaron a Doña María aquellos bilbaínos que acogieron a su hijo, el 20 de junio de 1674 el joven Francisco se fue a nadar a la ría de Bilbao, alejándose de sus acompañantes hasta que estos le perdieron e vista. Pero como ellos pensaban que Francisco era un excelente nadador no se preocuparon; solo cuando transcurrió todo el día y no apareció, le dieron por ahogado.

Cinco años después unos pescadores que faenaban en la bahía de Cádiz divisaron un extraño ser de forma humana que aparecía y desaparecía de la superficie. Tras avistarlo varios días sin poder cogerlo, consiguieron atraparlo empleando cebo y varias redes. Resultó ser un hombre joven y corpulento de tez pálida y cabellera pelirroja y escasa; tenía también las uñas corroídas por el salitre. Lo llamativo de su físico era una especie de escamas que cubrían parte de su pecho y el espinazo de su espalda.

Los pescadores llevaron al joven al gaditano convento de San Francisco, entregándoselo a los monjes. Estos le hablaron en diversos idiomas hasta que consiguieron que emitiera la palabra "Liérganes". El descubrimiento de tan extraño personaje y la única palabra que había emitido se fueron extendiendo entre los gaditanos, hasta que los frailes acabaron por saber que Liérganes se trataba de una pequeño localidad de Cantabria. Se dio la casualidad de que el secretario del tribunal local de la Inquisición en Cádiz era de una familia oriunda de allí, por lo que pudo escribir a algún conocido de Liérganes para preguntar si habían echado en falta a alguien. Le contestaron que allí no había ocurrido nada reseñable, salvo el ahogamiento en Bilbao del joven Francisco, pero que eso había ocurrido 5 años atrás. Con el fin de comprobar si se pudiera tratar de la misma persona, el fraile franciscano Juan Rosendo se llevó al extraño joven hasta las inmediaciones de Liérganes; y a poco más de un kilómetro le indicó al joven que se adelantara. Éste se puso a andar y se dirigió sin dudar hasta la casa de María del Casar; la señora y dos de sus hijos le reconocieron inmediatamente como el desaparecido Francisco.

El joven se quedó a vivir con su familia, pero sin llegar a comunicarse con ellos. Solo era capaz de decir unas pocas palabras; "pan", "tabaco", "vino", pero sin relacionarlas a la necesidad de estas. Francisco nunca llegó a tener hábitos regulares; podía pasarse 4 o 5 días sin comer para luego comer ávidamente mucho de una vez. Francisco de la Vega no se acostumbró a la ropa ni al calzado, paseando desnudo y descalzo. Obediente ante las indicaciones que se le hacían, mostraba desinterés por todo. Se cuenta que al cabo de 9 años desapareció cuando se bañaba en el mar, sin que se supiera más de él.

El Dr. Marañón estudió el texto de Feijoo sobre el hombre pez de Liérganes estimando que Francisco debió padecer cretinismo, una enfermedad común en las zonas de montaña. Esta se caracteriza por detener el crecimiento mental y físico, pérdida de pelo, deformaciones de la fisionomía del individuo como protuberancias en el pecho y la espalda. La piel de aspecto escamoso de el hombre pez de Liérganes se pudo deber a la ictiosis -enfermedad genética bastante común que provoca que la piel se vuelva muy seca y se asemeje a las escamas de un pez-: en tanto que las uñas recomidas son otro síntoma del mencionado cretinismo. Por lo tanto el doctor Marañón sentenció que Francisco debió de ser un caso agudo de cretinismo y que resulta imposible que se fuera nadando desde Bilbao a Cádiz. Debió de vagar de un lado a otro hasta llegar a Cádiz, en cuya bahía se adaptó. En opinión del célebre doctor, el hecho de que el hombre pez de Liérganes desapareciera nadando y apareciera nadando y apareciera nadando fue una casualidad.

Bien pudieron haberle dado algún dinero a cualquier desaprensivo para que se lo llevara como criado, indicándole que le trajera "tabaco", "pan" y "vino". Actividad de recadero que Francisco supo repetir en su casa al volver. Es posible que al llegar hasta Cádiz el joven Francisco se pusiera a buscar entre los esteros de la bahía, muy abundantes en nutrientes, algas, mariscos y peces, quedándose allí viviendo de lo que pescaba, y recibiendo grandes dosis de yodo (aunque demasiado tarde en su evolución física para revertir el daño ya producido en su organismo). Para un cretino como el hombre pez de Liérganes nada mejor que el cálido ambiente de la bahía de Cádiz. Lástima para él que lo pescaran los caritativos pescadores y acabara siendo devuelto a la fría montaña de Cantabria. Esto convirtió al hombre pez de Liérganes en una carga económica adicional y en una vergüenza para su familia. Quién sabe si lo volvieron a "desaparecer" en el mar intencionadamente. 


LA LEYENDA DEL ALCÁZAR DE SEGOVIA

Alfonso X el Sabio de Castilla fue un gran guerrero y un hombre prolífico en todo, desde procrear 16 hijos hasta desarrollar una significativa producción jurídica, literaria, intelectual, histórica e incluso astronómica, además de las traducciones de textos árabes que financió en Toledo. Se trato de un personaje extraordinario que pudo ser Emperador del Sacro Imperio romano Germánico si hubiera prevalecido en él la vanidad en lugar de el sentido de responsabilidad hacia sus súbditos. Tan singular personalidad y su extraordinaria acumulación de cualidades explican que un día osara afirmar en público que "de haber asistido a la creación del mundo, hubiera hecho algunas cosas de otra manera".

Tan lógica opinión fue interpretada como una grave blasfemia por la Iglesia y se difundió de boca en boca por el reino, especialmente en el ámbito eclesiástico. En Burgos, Pedro Martínez de Pampliega -que ejercía de ayo de su hermano Manuel- le advirtió públicamente de que debería de pedirle perdón a Dios por tan gran impiedad y hacer penitencia porque de lo contrario se arriesgaba al castigo de perder el reino y la vida. A esto respondió el rey de modo despectivo manteniendo su opinión.

Como hacía habitualmente, Alfonso X viajó a Segovia, instalándose con su Corte ambulante en el Alcázar de Segovia para pasar allí los meses más cálidos del año.

Enterado de la llegada del rey a Segovia, el franciscano Fray Antonio -un hombre con fama de santo- decidió pedirle una audiencia con el fin de participarle de la enorme preocupación que le causaba el que su rey mantuviera públicamente tales opiniones.

Una vez admitido a su presencia le dijo: "No hubiera, Señor, venido de mis claustros a vuestros reales pies con menos impulso y motivo que de Dios, a quien tenéis ofendido con presunciones inconsideradas: pues habiéndoos criado en bienes temporales de tantos reinos, y espirituales de tan alto entendimiento, usando mal de tantos favores os reveláis contra vuestro criador, presumiendo que sus obras pudieran ser más perfectas con vuestra asistencia. No imitéis al más bello de los ángeles, hoy por su soberbia el pero de los demonios. Enmendad en vos mismo, pues ahora podéis, y os importa tanto, lo que presumiades enmendar en la fábrica del mundo, perfectísima obra, en fin, de la perfección divina. Reconoced culpa tan sacrílega y con penitencia inclinad la misericordia de Dios al perdón; y no irritéis su inmenso poder al castigo: pues sabéis que no es este el aviso primero y podría ser el último".

El rey se indignó por la insolencia del fraile; respondiéndole airado. Fray Antonio regresó apenado a su convento de San Francisco.

Aquella misma noche se desató sobre Segovia una tempestad de verano de una intensidad nunca vista. Esta alcanzó especialmente el Alcázar, situado al noroeste de la ciudad. Un rayo impactó en la habitación donde dormían los reyes; incluso llegó a rajar las poderosas bóvedas de piedra de sillería en el techo. Se llegó a incendiar las vigas de madera, extendiéndose hasta afectar incluso al tocado de la reina.

Tal fue su conmoción que el Rey Sabio se olvidó de todos sus conocimientos sobre climatología. Para encontrar alguna respuesta a la enorme zozobra que le había causado la tormenta y el incendio, se acordó del incidente sobre la blasfemia y decidió mandar que le trajeran inmediatamente al fraile.

Pero la virulencia de la tormenta que se abatía sobre ellos era de tal magnitud que ningún soldado o sirviente se atrevía a obedecer al rey y salir del Alcázar de Segovia. Finalmente uno de los guardias montó en un buen caballo y se aventuró a cruzar la ciudad en busca del convento. Al cabo de un rato volvió con el aterido fraile.

Mientras la tempestad continuaba con feroz intensidad el rey se puso a confesarse con el fraile. Conforme el sacramento avanzaba, la tempestad fue amainando progresivamente. Apabullado por la experiencia y convencido de la relación de casualidad entre la confesión y la calma, el rey no dudó de que la tormenta había sido una advertencia de Dios. Por ello al día siguiente el rey renegó públicamente de la blasfemia.



Fuente: espanafascinante.com

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