Una de las leyendas más atractivas tiene como protagonista a Doña María Coronel, hija del copero del Rey Don Pedro I. El monarca mandó matar al padre y al esposo de Doña María, pero acabó enamorándose locamente de ella. La viuda decidió retirarse a un convento, lo que no impidió que Don Pedro la persiguiera insistentemente. Una de las versiones de la leyenda asegura que la viuda, acosada por las frecuentes visitas del rey, se derramó aceite hirviendo para desfigurar su rostro y acabar con las pretensiones de Don Pedro. Desde entonces, el cuerpo incorrupto de Doña María Coronel reposa en el coro del Monasterio de Santa Inés.
Son varias las historias surgidas alrededor de la talla de la Esperanza Macarena. Una de esas leyendas se remonta al siglo XVI, cuando una recién fundada hermandad buscaba una imagen para su templo de San Basilio. Cerca de la iglesia, el hospital de las Cinco Llagas (hoy sede del Parlamento de Andalucía) guardaba la misteriosa maleta de un viajante italiano que pretendía partir hacia las Indias. Sin embargo, una enfermedad mortal se lo impidió. Un año después de su fallecimiento, el hospital abrió el equipaje y descubrió la imagen. Cuando la hermandad supo del hallazgo, propuso un trueque: la imagen de la virgen a cambio del nuevo reloj que el hospital tanto necesitaba. Eso sí, hubo una curiosa condición: si la Virgen volvía a entrar alguna vez en el hospital, no volvería a salir de allí.
El amor, la muerte y la traición son los ingredientes de esta historia. Su protagonista es Susana Ben Susón, la hermosa hija de un judío converso, que encabezó una sublevación para hacerse con el control de la ciudad y acabar con la persecución de los judíos. La reunión de los conspiradores se celebró en la casa de Diego Susón. Susona, que mantenía una relación con un joven cristiano de la nobleza, corrió a avisar a su amado para que se salvase. Este a su vez dio la alarma al asistente de la ciudad, que ordenó detener a los implicados, incluido el padre de Susona. Los conspiradores fueron ahorcados.
Susona, desolada por la muerte de su padre, vivió sus últimos días retirada en un convento. Ordenó que a su muerte su cabeza fuese separada de su cuerpo y fuera expuesta en la puerta de su casa en la Calle Muerte, en el barrio de Santa Cruz. Hoy todavía puede verse un azulejo con una calavera en esta calle, que lleva el nombre de la protagonista de esta leyenda.
La cabeza del Rey Don Pedro I protagoniza otra de las historias más antiguas de Sevilla. Iba el monarca por el casco antiguo cuando se topó con un enemigo, hijo del Conde Niebla, que apoyaba al hermano bastardo del rey. Ambos se enzarzaron en una pelea a espadas y el de los Guzmanes acabó muerto. Una anciana que vivía en la calle de enfrente lo vio todo desde la ventana, con tan mala suerte que se le cayó el candil y fue descubierta en su calidad de testigo. Cuando los Guzmanes pidieron justicia, la anciana, que había reconocido a Don Pedro, se negó a declarar. El monarca, que quería comprobar hasta qué punto era cierta la afirmación de que ningún crimen en Sevilla quedaba impune, pidió llamar a la mujer. Le preguntó por el autor del crimen. La mujer pidió un espejo y lo colocó frente al rostro de Don Pedro. "Aquí tenéis al asesino", dijo.
Don Pedro había prometido entregar la cabeza del criminal y cumplió con su palabra, pero sin morir en el intento y sin confesar su crimen. Lo que hizo fue mandar encerrar un busto suyo en una caja de madera y dejarlo en una hornacina en la calle de los hechos, con la condición de que no se abriera hasta su muerte. Hoy puede verde el busto en la calle Cabeza del Rey Don Pedro. La calle de enfrente lleva el nombre de Candilejo, por el candil con que se alumbraba la testigo que reconoció al rey.
Fuente: elviajerofisgon.com
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