8/18/2018

Leyendas de Córdoba


LEYENDA DE LOS AMANTES APLASTADOS

Existía en esta ciudad una pobre viuda que sólo contaba para su subsistencia con el jornal de un hijo, el que contrajo relaciones con la mujer de un aceitero del barrio de Santa Marina. Concertaron salir una noche al campo, donde cenarían juntos; mas para ello necesitaba algún dinero y, yendo el joven a su casa, pidió a la madre el que tenía, así como algunos de sus preparativos.
Los pocos recursos con que contaban hizo que se le negasen. De aquí se entabló una reyerta que, aumentándose, llegó al extremo de que aquél insultara a la que tanto respeto debía, acabando por darle golpes y quitarle cuanto se le antojó, marchando en busca de su querida. La pobre viuda, deshecha en lágrimas, no sólo protestaba de una acción ta indigna, sino que se hincó de rodillas, clamando al cielo una venganza que ella no podía tomar. Palabras vertidas en aquel momento de dolor, mas nunca interesándose el corazón; esto no podía ser contra su hijo.
Éste uniose a la mujer del aceitero y, saliendo juntos por la Puerta de Colodro, notaron un portillo abierto en la cerca del molino, por el cual entraron, eligiendo aquel lugar para el logro de sus deseos. Allí estaban en completo descuido cuando se cayó la pared que tenían más cerca, dejando a los dos completamente aplastados.
Cuando por la mañana avisaron a don Andrés de la Cerda extrañó la noticia, por considerar la pared en buen estado; mas creció la sospecha de todos al ir a separar los escombros, pues encontraron los cadáveres de modo que no dejaba duda del intento que allí los había llevado. Acudió mucha gente, entre ella la pobre viuda, quien, con lágrimas de dolor y arrepentimiento, contó lo ocurrido con su hijo. Todos consideraron providencial aquel suceso, de que se ocuparon hasta algunos predicadores.

LEYENDA DEL HORNO DE LA PUERTA DE BAEZA

En todos los tiempos, como en los actuales, la juventud ha estado siempre dispuesta a divertirse, sacando partido de todo aquello que pudiera halagar sus pasiones más o menos exageradas, según el temperamento de cada individuo, en quienes las aumentaba la falta de expansión y el poco trato entre las familias. Esto daba mayor misterio a las empresas amorosas, en las cuales corría la juventud mayores peligros por la confianza de que nada llegaría a quebrantar el secreto sostenido por el temor de mayores males. Este error, que no otra cosa era, hacia los jóvenes que, durante la noche, se lanzasen a recorrer las calles, rompiendo la hipócrita circunspección que durante el día habían guardado y cometiendo libertades que unas veces daban cuestiones entre ellos mismos y otras acababan porque la ronda les hiciese serias y enérgicas observaciones.
Varios de aquéllos, muy dados a dichas empresas que les habían adquirido fama de pendencieros, iban una noche por la calle del Sol cuando uno de ellos recordó que en el horno ya citado vendían unas tortas cuyo nombre solo excitó el apetito de todos. Se encaminaban a aquel sitio, mas de pronto quedaron admirados al ver una dama de arrogante figura que, saliendo de la calle de los Tintes, se dirigía hacia el Panderete de las Brujas. Extraña era la hora y el sitio. Mas uno de ellos, el más atrevido, se ofreció a acompañarla, bien solo o con sus amigos, y aceptando la señora esta última proposición, siguieron con ella por una porción de calles hasta llegar a una casa que al momento abrió sus puertas, entrando todos a una habitación bien amueblada, si bien con el número de sillones igual al de jóvenes. Ya aquí, la misteriosa dama les dijo que iba a obsequiarlos, agradecida al favor dispensado, desapareciendo, dejándolos en la creencia de que en breve sería su vuelta.
Pasó una hora y después otra; la impaciencia empezó a surtir sus efectos, y juzgándose engañados pasaron a otras habitaciones, y en una de ellas, en que había luz, encontraron un catafalco y encima un cadáver. La sorpresa y el susto fue grande, y sin embargo, registraron toda la casa sin hallar a la señora ni otra persona alguna a quien preguntarle. Entonces salieron precipitadamente a la calle, completándose su asombro al encontrarse cerca del horno, o sea, en el mismo sitio en que empezó esta aventura, que consideraron un aviso del cielo para enmendar sus extravíos.

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