6/13/2016

¿Dinosaurios vivos?



Algunos científicos y muchos investigadores lo creen, y a decir verdad los reportes en tal sentido han sido muchísimos durante los últimos 20 años.
El aventurero Brian Irwin recogió el testimonio de un nativo de la isla de Umbungi, en Papúa Nueva Guinea, llamado Tony que asegura que él y un compañero se toparon con una extraña criatura que caminaba erguida sobre sus dos patas posteriores, media entre 10 y 15 metros de largo, tenía piel marrón, brillante y lisa, cuello y cola muy largos y cabeza similar a la de las tortugas, y que al seguirla sigilosamente a través de la selva vieron que se alimentaba de plantas. Al mostrarle fotos de animales vivos y supuestamente extinguidos, Tony lo identificó con la imagen de un Therizinosaurio.
Leyendas modernas como el monstruo del Lago Ness, el Chotacabras y similares no deben descartarse como provenientes de avistamientos reales: recientemente, una tribu de nativos africana reportó haber matado a un feroz y monstruoso dinosaurio surgido desde un gigantesco pantano (que tiene el tamaño de Nueva York), que debería haberse esfumado hace incontables milenios y cuya lucha mortal con los aborígenes pigmeos de la tribu Bangombe, de la región del lago Tele, del Congo, fue confirmada por Eugene P. Thomas, un pastor misionero cristiano, de acuerdo al investigador William Gibbons, quien busca pruebas de dinosaurios vivos desde 1985 aunque jamás pudo hallar uno.
Se trataría del críptido más célebre y más buscado por expediciones de investigación, el legendario Mokele-Mbembe ("El que detiene el flujo de los ríos"), que supuestamente tiene el tamaño de un dinosaurio.
Los nativos relataron que descuartizar el animal muerto les llevó varios días (luego lo asaron y se lo comieron) y fue descrito con un largo cuello, pequeña cabeza similar a la de una serpiente o lagarto coronada con una cresta, cola larga y flexible, piel suave y rojiza y cuatro patas con garras en los dedos (muy similar al supuestamente extinto Apatosaurio).
Dos de los pigmeos imitaron el grito del animal cuando estaba siendo cazado y lo dibujaron en la arena.

Aseguran que la criatura vive en cuevas y es atraída por las flores de la planta de Molambo, por las cuales siente especial debilidad.
Una expedición japonesa realizada a la misma región durante 1988, reportó haber observado en el lago adyacente al pantano "una gran joroba de animal, que se movía lentamente, como si estuviera buscando algo", visión que fue confirmada por el oficial de fauna congoleña Jose Bourges, que participaba de la expedición.
En África también se habla de otros dinosaurios vivos como el Themela-Ntouka ("asesino de elefantes"), una especie de rinoceronte prehistórico al cual se ha relacionado con el mítico unicornio, el Mbielu-Mbielu-Mbielu ("el animal con tablas creciendo en su espalda"), que podría tratarse de un estegosaurio y el Nguma-Monene, una gigantesca serpiente similar a la Yacumama de la cual se habla en el Amazonas, excepto que la versión africana posee en su columna vertebral una cresta aserrada recorriendola longitudinalmente hacia abajo.
Los informes de estos animales ya se habían generado por parte de misioneros europeos durante los siglos XVIII y XIX, atestiguando algo que para nosotros es completamente lógico: que varios tipos de animales completamente desconocidos para el hombre civilizado recorren las selvas y pantanos de las zonas más inhóspitas del mundo, hábitat cuyo aislamiento del contacto con los humanos (son regiones infestadas de enjambres de insectos asesinos, sanguijuelas y serpientes venenosas), les habría permitido sobrevivir a la extinción.
Pese a la exactitud y convicción de las descripciones realizados por decenas de exploradores y aventureros y las coincidencias en la descripción de los criptsaurios con las de los nativos, los zoólogos ortodoxos han desestimado permanentemente estos abundantes e increíbles relatos por absurdos e imposibles y jamás han investigado las pruebas aportadas.
Los relatos y anécdotas constituyen ausencia de prueba de la existencia de estos críptidos, pero la necedad de la ciencia dominante representa a su vez la falta de pruebas de su ausencia.

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