11/04/2014

Leyendas de Mallorca: La Cueva del Pirata

Cuenta la historia que las costas de Mallorca más castigadas por las incursiones de los piratas turcos fueron siempre las que se encontraban al suroeste de la isla.
Una bella zona llena de acantilados, calas y cuevas donde los corsarios se refugiaban durante días sin ser vistos.
Rincones que les protegían de forma natural para guardar sus botines o para salir huyendo en caso de ser descubiertos.
Cuenta la leyenda que en el año 1760 navegaba cerca de Son Forteza un bajel pirata que aprovechaba la luna nueva.
Era una noche de aguas tranquilas y de oscuridad absoluta. Fueron recorriendo sin hacer ruido la costa hasta que divisaron una cala donde poder fondear.
Los mallorquines se encontraban celebrando una fiesta en Son Forteza.
Todo era alegría, música, alcohol y bailes, por lo que ninguno se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo a metros de la fortaleza.
En el exterior, los aguerridos piratas ya se hallaban escalando los muros.
Una vez dentro, aprovecharon la confusión de los mallorquines para inmovilizarles y robarles todos los objetos más valiosos.
Incluso algunos de los piratas se atrevieron por su cuenta a atrapar al señor de la fortaleza.
-¡Alto!- gritó el capitán pirata-. ¡No lo matéis! ¡Este hombre debe valer su peso en oro! ¡Nos lo llevaremos y pediremos rescate por él!
Cuando los piratas recogieron todos los objetos de valor que se podían llevar iniciaron el camino de regreso junto al señor de la fortaleza que iba fuertemente custodiado.
Pero no habían recorrido todavía la mitad del camino cuando, de pronto, vieron a un pastor que llevaba un gran rebaño de ovejas.
Aunque el joven muchacho los vio primero y quiso esconderse para evitar ser apresado o muerto, evidentemente, no lo pudo hacer por los animales que llevaba a su cargo.
Los piratas turcos ya se habían percatado de su presencia...
-¡Saíd!- gritó el capitán-. ¡Mata a ese pastor antes que nos pueda delatar y dar la voz de alarma a la ciudad!
Saíd era un muchacho muy joven, intrépido, valiente y con una excelente puntería. A la orden de su capitán tomó el arcabuz en sus manos, acercó la llama a la mecha y se dispuso a apuntar al pastor...
Sin embargo, algo ocurrió en el interior del implacable Saíd que, décimas de segundos antes de disparar, desplazó su punto de mira unos metros hacia su derecha.
El joven pirata se había dado cuenta que el pastor, que se encontraba paralizado por el miedo en el camino, podía tener la misma edad que él. Conscientemente, erró su tiro.
En el momento que el capitán pirata oyó el tiro preguntó a Saíd si el pastor había caído fulminado.
Saíd, sin mirarle a los ojos le contestó algo nervioso.
-¡Nunca he fallado tiro alguno! ¿Por qué debería haberlo hecho ahora? ¡Cuando lleguemos al barco mande que hinchen las velas ya que será mejor que huyamos rápidamente de aquí!
Mientras, el pastor aturdido por el ruido ensordecedor que le había paralizado el corazón, intentaba reponerse del susto.
Y dejando libres y sin cuidado a sus ovejas salió corriendo hacia el pueblo para dar la voz de alarma.
-¡Alarma! ¡Alarma! ¡Los piratas turcos nos han vuelto a atacar y se llevan preso al señor de la fortaleza! ¡Todos a las armas!- Gritaba el pastor mientras recorría las calles del pueblo.
Los mallorquines ya estaban acostumbrados a estas incursiones y siempre tenían sus "armas" preparadas para hacerlas frente.
Así que hombres y mujeres salieron en busca de los piratas turcos provistos de guadañas, puñales, cuchillos, palos, hoces, cacerolas y cualquier objeto con el que pudieran enfrentarse de nuevo a los invasores.
Mientras, los piratas cargados de baúles y cofres intentaban llegar lo antes posible al barco sin pararse en ningún momento para mirar atrás.
Y los habitantes de Son Forteza, mucho más ligeros que los corsarios les alcanzaron y lucharon cuerpo a cuerpo con ellos.
Los mallorquines se defendieron hasta el amanecer con tanta bravura que pudieran recuperar todo lo robado y liberar al señor.
Los piratas se vieron obligados a retroceder hacia la costa para alcanzar el bajel y huir de allí.
Pero no todos llegaron a tiempo de subir. El valiente Saíd se había quedado regazado luchando y en su retirada prefirió subirse por unos peñascos para pasar desapercibido.
El destino quiso que el joven pirata metiera un pie entre dos piedras y se quedara bloqueado en el agujero.
Con grandes gritos de dolor llamó a los compañeros más cercanos a él. Sabía que se había roto la pierna.
-¡Llevadme entre los dos! ¡No puedo caminar!
Pero los piratas más rezagados viendo que los isleños les iban a volver a alcanzar gritaron su negativa a Saíd.
-¿Qué dices? ¡Ahora no podemos regresar a por ti! Si lo hacemos nos apresarán a todos- gritó uno de ellos. Escóndete entre las rocas y cuando entre de nuevo la noche volveremos.
La luz del alba comenzaba a teñir la costa de hermosos colores anaranjados y amarillentos. El perfil del bajel comenzaba a delatar su posición.
Los piratas turcos consiguieron alcanzar el barco sin llegar a ser atacados por los isleños que corrían detrás de ellos.
Se hicieron a la mar y desaparecieron de allí.
Desilusionados por no haber podido apresar a ningún pirata y agotados por el esfuerzo realizado durante parte de la noche, los mallorquines regresaban a la fortaleza muy abatidos.
Saíd, con unos terribles dolores que le quemaban la pierna, trataba de tranquilizarse y adaptarse a la nueva situación.
Sabía que debía esconderse ya que cuando saliera el sol podría verle alguien si andaba por aquel camino que tenía cerca.
Así que, arrastrándose como pudo, comenzó a buscar algún rincón donde poder ocultarse del calor del sol y del frío nocturno.
Quiso su destino que muy cerca de allí hubiera una cueva muy escondida donde poder ocultarse y descansar.
Con lágrimas en los ojos y las manos entumecidas llegó al interior de la gruta. Tuvo que arrastrarse hasta ella. Intentó tranquilizarse un poco.
Cogió su turbante y lo destrozó en tiras. Buscó una rama de pino y se entablilló la pierna.
"Seguro que vienen a por mi cuando caiga la noche. Saben que no me puedo mover y soy imprescindible en la tripulación. Me moriré de hambre y de sed si no regresan".
Pero fueron pasando los días y la silueta del bajel pirata no volvió a recortarse en el horizonte de aquella cala.
Saíd estaba convencido que habían sido apresados antes de alcanzar alta mar.
La providencia quiso que en esa misma cueva se refugiaran cabras durante la noche. Por eso, Saíd pudo sobrevivir gracias a la leche que obtenía de ellas.
Los días fueron pasando y el joven pirata se encontraba un poco mejor. Un día decidió salir de la gruta y bajar a la cala.
Este muchacho que confiaba excesivamente en sí mismo no se daba cuenta que su estado físico no era el adecuado para arriesgarse a realizar tal acción ya que se hallaba muy debilitado.
Y así fue. Saíd perdió el conocimiento y quedó tendido en la ladera a pocos metros del camino.
El sol tostaba su piel y el día iba transcurriendo en soledad por aquellos parajes...
Dos días después, el joven pirata volvió a recuperar la consciencia. Pero cuando abrió sus ojos se dio cuenta que estaba rodeado por rostros desconocidos.
Su cuerpo reposaba en un lecho blando y cálido.
Entonces, intentó recordar que había ocurrido minutos antes de haberse desmayado.
Mareado y con las imágenes borrosas de quienes le miraban le pareció reconocer una de las personas que se hallaba sentada junto a él.
Era el pastor... aquel a quien no quiso disparar y que posiblemente dio la voz de alarma a todo el pueblo...
A Saíd le habían recogido unos pescadores el mismo día que había quedado inconsciente entre las piedras.
Su piel quemada y ya con alguna rojez y el estado de abandono que mostraba obligó a los pescadores a regresar a Son Forteza con él para proporcionarle todos los cuidados necesarios.
El pirata se recuperó muy pronto y tan agradecido estaba por el trato recibido que, pese a ser quien era, pidió a los mallorquines que le concedieran la oportunidad de demostrarles que era una buena persona.
Y así fue. Saíd era muy puntual en su trabajo y muy sumiso a la hora de acatar órdenes. En pocos meses se ganó la confianza y el cariño de todos.
De vez en cuando, Son Forteza era atacada por algún barco pirata. Pero gracias a Saíd y sus conocimientos nunca más pudieron entrar en ella.
Con el tiempo, Saíd se enamoró de la hija del señor de la fortaleza. Se convirtió al cristianismo y se casó con ella. Vivieron felices durante años rodeados de familia y amigos.
Cuentan que hubo una incursión pirata excesivamente cruel y que Saíd lo dio todo por defender a su gente.
Pasados unos días...
El pirata turco maría debido a las gravísimas heridas que había sufrido y que no pudo superar.
Tal fue la tristeza de todos los habitantes de Son Forteza que decidieron llamar a la gruta donde se había refugiado la Cueva del Pirata.
Cuenta la leyenda...

No hay comentarios:

Publicar un comentario