5/31/2025

La Canción del Viento Olvidado

 


El Gran Roble de Veridian había recuperado su esplendor, pero la paz no duraría mucho. Una extraña melancolía comenzó a envolver a Eldoria. El viento, antes portador de risas y el aroma de las flores, ahora traía consigo un lamento apenas audible, una Canción del Viento Olvidado que silenciaba el canto de los pájaros y secaba la alegría de los corazones. Los bardos no podían tocar sus laúdes, los niños pedían la curiosidad y hasta Aitor, el inquebrantable, se sentaba en silencio, observando el horizonte con una tristeza que no le correspondía.

Daniel preocupado por la creciente apatía, consultó con Elara, la anciana guardiana de los conocimientos de Eldoria. Sus ojos, profundos como estanques antiguos, se posaron en Daniel. “La Canción del Viento Olvidado… es la pena de las Arpas Susurrantes, robadas hace eones de su hogar en los Picos Nublados por la Sombra Silente”, dijo Elara. “Solo si las Arpas regresan a su lugar de origen, la alegría volverá a cantar en Eldoria”.

Aitor, al escuchar la canción de las Arpas, sintió un atisbo de su antigua chispa. “¡Una aventura! ¡Como los cuentos de los héroes!”, exclamó el eco de su entusiasmo algo apagado por la melancolía del aire. Victoria, que se había vuelto inusualmente callada, se acercó a Daniel y le entregó un dibujo. Era un bosque, y entre los árboles, unas figuras pequeñas con forma de arpa. “Las ví en un sueño”, susurró, y por primera vez en días, una pequeña sonrisa asomó en su rostro.

El viaje a los Picos Nublados sería aún más peligroso que la búsqueda del Cristal de Lumina. La Sombra Silente era una entidad escurridiza, alimentada por el silencio y la desesperación. Atravesaron la Meseta de los Ecos, donde el viento helado susurraba nombres antiguos y la neblina ocultaba senderos engañosos. Daniel, con su ingenio, fabricó pequeñas campanillas de madera y metal para que sonaran al caminar, contrarrestando el opresivo silencio de la Sombra. Aitor, a pesar de su tristeza, mostró una sorprendente habilidad para orientarse, leyendo las estrellas y las formaciones rocosas. La imagen del dibujo de Victoria les servía de guía, un faro en la oscuridad emocional que los rodeaba.

Al llegar a los Picos Nublados, La Canción del Viento Olvidado era un ensordecedor lamento. En lo alto de una cumbre, envueltas en un aura de melancolía, vieron las Arpas Susurrantes, custodiadas por la Sombra Silente, una criatura amorfa que se retorcía con cada nota de tristeza.

Daniel sabía que no podían luchar contra una criatura hecha de melancolía. Necesitaban la alegría para disiparla. Recordó la risa de Victoria, la audacia de Aitor. Sacó una pequeña flauta de madera que había tallado para Aitor. Aunque la tristeza le pesaba, se esforzó por recordar una melodía alegre, una que Victoria solía tararear.

Los primeros sonidos fueron vacilantes, desafinados. La sombra silente se rio, un sonido hueco y desprovisto de alegría.

Pero Aitor, al escuchar la melodía, se esforzó por unirse. De su garganta, salió una risa forzada al principio, luego una más genuina. Pensó en las bromas que le hacía a Daniel, en los juegos con Victoria. La risa de Aitor, aunque pequeña, era un rayo de luz en la oscuridad. Daniel siguió tocando, y Aitor siguió riendo, una risa que se hizo más fuerte, más contagiosa. La Sombra Silente comenzó a encogerse, a retorcerse de dolor. Era un ser que no podía soportar la alegría.

Finalmente, la Sombra se desvaneció por completo, y las Arpas Susurrante fueron liberadas. Al tocarlas, el viento de los Picos Nublados se transformó en una sinfonía, una canción de alegría que se extendió por toda Eldoria. El lamento desapareció, y los pájaros volvieron a cantar. La alegría regresó a los rostros de la gente, y Aitor y Victoria volvieron a ser los niños vibrantes que eran.

Daniel aunque exhausto, sonreía. Había aprendido que la verdadera fuerza no residía en la magia o la lucha, sino en la capacidad de encontrar la alegría incluso en la oscuridad más profunda, y en la unión de una familia.



Escrito por Manuel Muñoz Pedregosa

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